Federico Medina es un joven de 32 años, estudiante de Relaciones Internacionales de la Universidad Católica, quien debido a una enfermedad poco frecuente, leber (neuropatía óptica hereditaria) quedó completamente ciego.
El joven se encontraba cursando el tercer año de la carrera Relaciones Internacionales en la Universidad Católica, la que tuvo que dejar en “stand by” debido a que en el último semestre del pasado año comenzó a perder el ojo izquierdo, ya llegando a diciembre el ojo derecho, hasta los primeros días de enero cuando el oftalmólogo, como excedía sus conocimientos, lo derivó de urgencia al neurólogo. Luego de eso estuvo internado aquí en Córdoba y más tarde en Buenos Aires para estudiar qué era lo que tenía, perdurando la incertidumbre. En junio, cuando ya Federico no veía absolutamente nada, le dieron el resultado de un análisis de sangre donde se le diagnosticaba Leber. - Ese fue como el sello final burocrático de que finalmente tengo una enfermedad que no tiene cura - dijo. En agosto consultó en Julian Baquero y comenzó el 25 de Octubre con todas las actividades propias de la rehabilitación. Su grado de visión es nulo, y el nos hace esta aclaración porque hay personas que ven algunas luces o sombras, otros que ven negro, su caso es que no ve nada, no hay diferencia entre que se prenda o se apague la luz.
- ¿Cómo tomaste la decisión de empezar con una rehabilitación? ¿Cómo fue tu evolución?
Hace un poco más de un año, este joven carga con esta enfermedad, la cual afecta al óvulo y es transmitida por la mujer a sus hijos, predominantemente a los varones les produce en un 40% la pérdida de la visión, puede ser que se desarrolle en cuestión de semanas, años o meses y llegue a su punto máximo, dejarlo ciego o con un mínimo grado de visión. En su caso el lapso fue 11 meses, 5 aproximadamente en el primer ojo, y 6 meses para el segundo. - Cuando me sucede lo del primer ojo, bastante inconsciente lo mío, supuse que el oftalmologo me iba a dar una pastilla o unas gotas y que se iba a retrotraer - dijo, ya en diciembre con el segundo, su preocupación aumentó, empezó a investigar las enfermedades más extremas que podía tener y concluyó con tres posibles, dentro de las cuales curiosamente estaba esta.
“Luego de todo eso estuve internado varias veces, pero en la cuestión anímica en sí, creo que soy un afortunado...”
- Es una enfermedad de esas llamadas poco frecuentes, como la piel de cristal y demás, porque de cada 10 mil que tienen esta enfermedad uno se queda ciego - nos comentaba.
Sus familiares en el momento de la enfermedad estuvieron siempre tratando de indagar todo lo necesario. Su papá, fue quien estuvo más presente, ya que lo acompañó en Buenos Aires durante los 8 meses que estuvo viviendo allá, en un hotel que pagaba la obra social. Fue un cimbronazo fuerte no tanto para Federico, ya que lo veía como algo científico, sino más para su madre, al descubrir que era genético y que era mamá quien la había transmitido a su hijo una enfermedad que lo dejó discapacitado, por lo que la carga emocional de la palabra madre y de la palabra hijo, eran como una bomba atómica, más aún enterándose a la distancia sola y viajando cuando podía. Luego con la rehabilitación se sintieron un poco más cómodos porque pudieron desahogarse, es decir, saber que existe un lugar donde pueden ayudar a su hijo, saber que existen técnicas y que día a día va ir progresando, fue un alivio muy grande para su familia porque entendieron que Federico podía hacer cosas, que no todo se reducía a sentarse a pedir o a quedarse en su casa, que hay alternativas.
Lara Barea
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